lunes, 1 de marzo de 2010

Chile tiembla

No es la primera vez ni será la última. Recuerdo que una mañana, cuando todavía vivía en Santiago, me desperté sobresaltada porque todo se movía a mi alrededor. Era una sensación nueva, extraña para mí. Sentí un mareo en tierra, como un vaivén de mi apartamento que estaba en el extremo de un edificio, en el último piso. Era como si toda la estructura tuviese muelles que oscilaban de un lado para otro.

De repente sonó el teléfono, me levanté y respondí. Escuché la voz de una mujer que me decía que estuviese tranquila, que no me asustase. Antes de que pudiera preguntarle quién era y porqué me llamaba, colgó. Como había venido se fue. Todo dejó de moverse y yo me quedé pasmada. Había vivido mi primer temblor en Chile y ese minuto me pareció de lo más surrealista. Supuse que quien llamó se equivocó de número, o las líneas se cruzaron. Llamaría a alguien, quizás a su hija, que sentía terror ante estas arremetidas de la Naturaleza.

Ya han pasado unos años desde entonces y esta vez lo he vivido a través de los amigos que quedaron allá, y por las noticias en televisión. Se dice que hay más posibilidades de que ocurran cuando hace mucho calor, y ahora está acabando el verano en Chile. También se dice que es mejor que durante un tiempo haya muchos temblores leves, para que se libere energía y no se acumule y alcance una magnitud devastadora. 50 veces la intensidad del terremoto en Haití. Parece increíble que ese delgado país andino aún se mantenga en pie. Quizás sea porque la Cordillera tiene raíces muy profundas y los chilenos las espaldas muy anchas.

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